Los trastornos depresivos son uno de los principales trastornos que afectan a las personas mayores. En primer lugar, conviene tener en cuenta a qué nos referimos cuando hablamos de depresión. Este término es utilizado para designar un estado de desarrollo, puede evocar un tipo de carácter, una tendencia permanente de la personalidad; expresa en otros casos variaciones momentáneas y ligeras del humor, o bien se utiliza para designar trastornos severos o duraderos. Aunque los datos epidemiológicos señalan que la depresión en la tercera edad es moderada y en algunas ocasiones severa, y el estado bipolar es muy poco frecuente, el diagnóstico de la depresión es un tema complejo, que conduce a muchos errores (Blazer, 2002).

La presentación de los síntomas es atípica en unas ocasiones (Spar y La Rue, 2006), y en otras, los síntomas de la depresión son tomados como algo normal en el anciano, sin que se les preste la atención suficiente (Alexopoulos, 2005; Lebowitz y cols., 1998). La depresión mayor en personas de más de 65 años ha sido estimada en torno a un 1.4% en las mujeres y un 0.4% en hombres, con una prevalencia global en torno al 1% (Weissman y cols., 1988).

Aunque la etiología de la depresión en la tercera edad no está clara, existen algunas peculiaridades en la estructura y función cerebral, así como en los análisis neuroquímicos (como el aumento de la monoaminooxidasa) y neuroendocrinos periféricos (como la disminución en la forma estimulante del tiroides). La depresión de inicio tardío es un cuadro clínico heterogéneo, que se solapa con otras enfermedades cerebrovasculares y neurológicas, evidentes o no, cuando aparece por primera vez (Spar y La Rue, 2006). Se ha estimado que aproximadamente el 24% de los pacientes con patología cerebral vascular, especialmente lesiones hemisféricas izquierdas frontales, sufren depresión.

Por otro lado, las manifestaciones clínicas de la depresión en la tercera edad son similares a las del adulto, manifestando una serie de síntomas y cambios psicofisiológicos peculiares que le diferencian del resto de la población (Koenig y Blazer, 2006). Uno de los síntomas centrales en la depresión de las personas mayores es la apatía, que puede concebirse como un síntoma asociado a la depresión o como un síndrome propio que difiere del estado depresivo (Marín, 1990). La depresión y la apatía, por separado, se relacionan con el funcionamiento ejecutivo y la velocidad de procesamiento, respectivamente. Sin embargo, considerando la “depresión apática” como entidad, el efecto de la apatía incrementa el deterioro ejecutivo (Feilg, Razani, Boone, Lesser y 2003).

Características de la depresión en la tercera edad:

  • Episodios más largos y resistentes al tratamiento farmacológico.
  • Menor verbalización de sentimientos de inutilidad o de culpa.
  • Alexitima (dificultad para la expresión verbal de las emociones).
  • Existencia frecuente de delirios y alucinaciones en la depresión mayor.
  • Síntomas negativos: apatía y aplanamiento afectivo (falta de expresividad facial, disminución de movimientos espontáneos, pobre contacto ocular y poca reactividad emocional).
  • Enmascaramiento con síntomas psíquicos o corporales (como anorexia, bulimia, fobias o conductas autodestructivas).
  • Mayor riesgo suicida, especialmente en varones y particularmente, cuando viven solos.
  • Frecuente agitación psicomotriz, normalmente acompañada de una intensa ansiedad o bien inhibición psicomotriz intensa y atípica.
  • Mayor irritabilidad.
  • Presencia importante de trastornos del sueño, sobre todo insomnio o hipersomnia.
  • Frecuentes somatizaciones ansiosas.
  • Menos variaciones diurnas del humor.
  • Disfunción cognitiva.

depresión en la tercera edad

En relación a este último punto, cabe señalar que la comorbilidad entre depresión y demencia es muy alta. Dado que la depresión puede ir acompañada de alteraciones en el funcionamiento cognitivo, con frecuencia resulta difícil diferenciar entre ambos trastornos.

Ahora bien, ¿qué sabemos acerca del pronóstico? Se conoce aún relativamente poco acerca de los factores que pueden estar implicados en el pronóstico y curso de la depresión en ancianos, existiendo algunos factores de riesgo identificados.

Factores de riesgo de la depresión en la tercera edad:

  • Género femenino.
  • Pérdida de roles.
  • Duelo por la pérdida de un ser querido.
  • Ancianos sin pareja.
  • Soledad y aislamiento social.
  • Cambios de residencia.
  • Antecedentes de episodios depresivos previos.
  • Enfermedades crónicas.
  • Presencia de discapacidad secundaria a una pérdida de visión o de audición.

Existe cierta evidencia de que las expectativas de autoeficacia pueden jugar un papel especialmente relevante en el desarrollo de trastornos depresivos en la tercera edad. En un trabajo realizado por Davis-Berman (1988), en el que se estudió la relación existente entre autoeficacia percibida y sintomatología depresiva en ancianos, los resultados indicaron una fuerte relación entre autoeficacia física y social con depresión (r = 0.55 y 0.29 respectivamente), identificándose los valores de autoeficacia física y social como los mejores predictores de depresión, con unos coeficientes de regresión de 0.29 y 0.36, respectivamente.

En otro estudio realizado por Holahan (1984), se mostró la relación existente entre eventos de vida y distrés psicológico en el caso de los hombres, y una mayor asociación de estrés cotidiano y distrés y síntomas físicos en las mujeres, pero en todo caso, la consecuencia más destacable fue la relación inversa obtenida en autoeficacia con respecto al mal ajuste psicológico y depresión, con independencia del sexo y la edad. En un estudio posterior (1987), estos mismos autores analizaron, a través de un año de seguimiento, la relación entre autoeficacia, apoyo social y depresión. Los resultados obtenidos mostraron que el nivel inicial de autoeficacia estuvo relacionado con la provisión de apoyo social un año más tarde, mostrando también que la autoeficacia actuaba directamente sobre la depresión e indirectamente a través del aumento en la disposición de apoyo social. Generalmente, como pasa en otras edades, no sólo hay que tener en cuenta las variables sociales, sino que se trata de una interacción conjunta de variables biológicas, psicológicas y sociales.

Lourdes Romero Torres

Psicóloga